La fuerza de la Costumbre

Los seres humanos somos animales de costumbres. ¿Cuántas veces habremos oído esa frase? ¡Y cuán cierta es! La sorpresa, el miedo, el asombro, la indignación que sentíamos la primera vez que vemos o vivimos algo, se van suavizando hasta desaparecer con la repetición, con la costumbre. La extraña sensación de nervios/placer por hacer algo prohibido que sientes la primera vez que bebes, fumas, que te saltas una clase o que haces algo ilegal o fuera de la norma, al final, a base de repetirlo varias veces, a base de acostumbrarte desaparece. La ilusión con la que te implicas en un proyecto al principio, desaparece cuando ya no es algo nuevo, cuando te acostumbras.


La costumbre enfría nuestros sentimientos, nos permite pensar más fríamente nuestras decisiones, ser más eficaces y racionales; sin embargo, también nos vuelve más 'inhumanos'. Nos hace ver como normales aberraciones, nos lleva a permanecer impasibles, fríos ante las desgracias de los demás. Nos acostumbramos a la buena vida, a que todo sea fácil, a comer todos los días, a ser queridos y dejamos de apreciarlo como deberíamos; pero también nos acostumbramos a las desigualdades, a las injusticias, a la corrupción, la pobreza, la marginación, la violencia... y las aceptamos como normales.


Aún así existe algo a lo que nadie puede acostumbrarse, algo que , por egoísmo o por miedo, siempre nos conmociona y nos hace cuestionarnos nuestra propia existencia, algo a lo que nadie, nunca podrá jamás acostumbrarse y permanecer impasible ante ello: La muerte de alguien cercano.

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