No contento con todo lo que había causado, se quitó la chaqueta y espetó: "¿Os gusta mi pomelo?".
El estupor masivo fue como una niebla de esas que entran en tus huesos y rehusan salir. La gente, aterrorizada por tal aberración ética y por la rebeldía que aquel hombre albergaba en su ser; huyó desconsolada hacia parajes nuevos, horizontes aún inexplorados y días alejados de blasfemia y oscurantismo.
Él, quién quedó en pié aquel día, ahora yace marchito y decolorido.
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