Cristales Rotos

 
 
Mientras el fuego se elevaba entre explosiones por el edificio, una gota fría de sudor recorría una lánguida cara pálida. La excéntrica sonrisa en el rostro de aquel ser reflejaba a la perfección la confusión de su cerebro. La disonante armonía que se podía escuchar abrumaba todo. El viento agitaba violentamente los árboles y se doblaban y crujían a la par que la horrenda batería marcaba duros golpes sin sentido. Los gritos metálicos de las estructuras de la ciudad sofocaban los desgarradores alaridos que provenían del bar. Las ruedas de los coches salpicaban las aceras al pasar por los enormes charcos de sangre que se habían formado alrededor de la fuente. Las salpicaduras alcanzaron a una siniestra muchacha de pelo y ojos oscuros que paseaba blasfemando contra la normalidad y la seriedad de su realidad. De su boca salían despedidas aves de mil colores, que agitaban sus funestas alas dejando un halo oscuro, como una sombra, que oscurecía cada vez más el paisaje. La lluvia diluía estas tinieblas, creando un vapor grisáceo en el cual, la joven bailaba y danzaba al ritmo de los gritos, aullidos, crujidos y ritmos cacofónicos que flotaban en la noche.

El ser pálido cayó en la cuenta de que en realidad no era sudor lo que se deslizaba por su frente. Su sonrisa se distorsionó, siguiendo los compases que marcaba el saxofón que elevaba sus lamentos sobre la ciudad. Miró sus manos enrojecidas. No vio nada. Una fría carcajada hizo a todos los perros de la zona cesar su cántico. El estruendo de los edificios cesó un instante para escuchar la risa del desquiciado. Como una respiración, el viento sugirió a las nubes oscurecerse, con la esperanza de ocultar la catarsis que se estaba originando.

Una a una, el ser blanquecino fue arrancando sus uñas al ver a la chica de los ojos vacíos. Sus ropas, tan vacías como sus pupilas, transmitían un aroma sensual que atrajo al instante la perversa mente de nuestro personaje. Este, al volver a mirar sus manos, destrozadas, desgarradas, sangrando tinta negra, no pudo evitar levantarse y caminar hacia la joven. La lluvia le mojó el rostro, haciendo que su pelo lacio cayera sobre sus ojos.

-¿Qué opinas de la vida?

Su voz era perfecta. Ponía de manifiesto todo el sufrimiento que había padecido. Al oír esto, el hombre apartó con sus repugnantes manos el pelo que le tapaba la cara. Unos ojos sin párpados ni pestañas, adornados cruelmente por un cerco de pintura negra, que se había corrido por culpa del agua, aparecieron ante la muchacha.

El fuego se apagó. Las estructuras que quedaban en pie se dejaron caer sobre sí mismas, destruyendo por completo el ruido. Silencio.

La chica acarició las destrozadas manos del ser que se encontraba frente a ella. Estaban frías. Cosidas con hilos blancos y negros que se entrecruzaban. La respiración del hombre se aceleró. Su corazón no podía más.

Tras tres sonoras palpitaciones que hicieron alzar la mirada a la joven, todo volvió a la normalidad.

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