Another Christmas Tale

Era una noche fría de invierno, los tres hombres llegaron a la ciudad vestidos lo más normal que pudieron, tratando de no levantar sospechas. Como cada año. Miraron a su alrededor. La calle estaba vacía, bien. Cuando llegaron a la primera casa se miraron. En sus caras se reflejaba la misma pregunta de todos los años: ¿Podremos esta vez? Se acercaron lentamente a la ventana, como quien no quiere avanzar por miedo al fracaso. Se asomaron. -¡Mierda!-. Sus caras se volvieron al momento el más perfecto reflejo del fracaso, el desengaño y la desesperanza.

-¡2310 ciudades!- dijo el más abundante en canas- ¡2310 con sus innumerables casas, todas y cada una las hemos visitado y no hemos conseguido nada! En todas había gente despierta, en todas y cada una quedaba alguien rehuyendo el abrazo de Morfeo. ¿No duermen los hombres ya?¿No existe el deber, el respeto a las tradiciones? Cuando empezamos en esto la gente cumplía con su deber dejándonos hacer nuestro trabajo...

-Es cierto, de unos años para acá se ha extendido la costumbre de no respetar las tradiciones- continuó otro mientras se sentaba asumiendo la derrota-. Sólo piensan en ellos mismos, seguro que si tuvieran que cargar con estos sacos y hacer nuestro trabajo no acabarían vivos.

-Sabes que eso no es justo -le cortó el anterior-. No tienen nuestras cualidades, ninguno de ellos.

-¡Por eso! -exclamó el más joven mientras se levantaba de un salto- Aprovechémonos de nuestros dones...

-¿Qué pretendes?-fue la respuesta de los otros dos, entre curiosos y temerosos.

-Lo sabéis perfectamente-contestó dando un paso atrás-. Entramos por aquí y mientras yo les 'duermo' vosotros dejáis la mercancía, es fácil. Antes de irnos nos aseguramos que nadie pueda recordar lo sucedido y punto final.

-¡No!-gritó el mayor- Ya hablamos de esto hace años.

-Pero hay un reparto que hacer -argumentó  bajando la cabeza-. ¿Qué haremos si no?

-Lo de siempre, volver a casa y esperar a que el próximo año haya suerte

-¿Es que nadie cree ya en nosotros?- dijo, y la pregunta sonó tan hiriente que no pudo  más que callarse.
Tras un incómodo silencio prosiguió. -Es que no entiendo esa manía de los hombre de no creer las cosas que no pueden, o dicen  no poder, probar, sólo porque les parecen demasiado mágicas.
-Ni yo amigo Baltasar, ni yo.

Jackie

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